El objeto misterioso

Está esperando, en su luminosa burbuja de cristal aguarda y es observado por miles de ojos. Muchos lo examinan sin mayor interés, algunos entran a buscarlo en el interior de una tienda donde hay decenas, en realidad miles de objetos similares a ése, el del aparador, lo evalúan, lo llevan consigo.
Pero ¿qué es lo que hace que queramos tener un objeto en particular? ¿porqué es más deseable que otro?

Cuando entramos en contacto con los objetos, hacemos una evaluación inicial de sus cualidades: ¿entra en alguna categoría conocida? en qué se parece a los otros objetos que conocemos y en qué es diferente? puedo tenerlo? ¿lo he tenido antes, o es algo que se me escapa y que aparentemente está lejos de mi alcance?

A partir de la niñez, recabamos información respecto al mundo: ser capaz de mover y controlar un objeto nos hace sentir poderosos, o al menos, capaces. Los objetos que no dominamos provocan cierta angustia y sensación de pérdida.Certeza de distanciamiento o incluso, alienación. No sólo de ese objeto que se desvanece, sino de mí mismo: lo que no pude ser, lo que no pude hacer o sentir al tenerlo. Una especie de nostalgia de algo que en realidad no ha sido vivido. Nos arrojan al punto en el que, dicho desde mi subjetividad: "siento que no nada respecto a él: es un objeto misterioso.

De entre todos los objetos que puedo clasificar, hay unos que podrían colocarse en el extremo de lo desconocido: unos son los objetos religiosos; otros, las obras de arte.
Creo que también los objetos tecnológicos y los pertenecientes al sistema de la moda han ingresado recientemente a esta categoría. Porque la tecnología, debido a su complejidad añadida, se ha vuelto cada vez menos transparente. Es opaca, sino es que totalmente infranqueable, porque ignoro cómo funciona. En el momento en que el fabricante logra que el operario tenga que oprimir un solo botón para que funcione por sí sola, se concreta la operación maestra: el objeto desaparece, aunque sea sólido y pueda verlo y tocarlo no lo domino. Ignoro demasiado acerca de él, y cualquier pequeña variación que haya en su funcionamiento terminará, casi siempre, en la misma respuesta: habrá que deshacerse de él o buscar la ayuda del que si lo conoce.

El fabricante permanece como el verdadero dueño del objeto tecnológico, y pagamos una licencia de alto costo por su uso(baterías, actualizaciones, cambios definitivos de modelo, virus, hackeos, etc.).




                                       Sketch, de Manolo Blahnik.Via:Vogue/PilarMode.com 

La respuesta sobre el misterio de los objetos-mi respuesta-la encontré parcialmente el día que encontré un anuncio en internet: Taller de diseño y elaboración de calzado y bolsas.
Una tentación irresistible para alguien cuya curiosidad natural la llevaba a examinar o desarmar diversos artefactos sólo para intentar entender cómo estaban hechos. De todos los objetos contra cuya integridad atenté, los zapatos habían permanecido siempre en el más absoluto misterio. Incluso la forma en que se iban desgastando o destruyendo me resultaba muy extraña. Reflejan de una forma asombrosa la forma en que caminamos, nuestra postura, hasta nuestra personalidad

Ahora, por fin, iba a saber cómo estaban hechos, y por lo tanto, cómo repararlos si algo les ocurría. También me emocioné al pensar que podría llegar a hacer cualquier tipo de zapatos que se me ocurriera. Empero, el curso fue una gran decepción: recién llegada, me informaron que sólo podría hacer sandalias. Y el proceso final de montado sería efectuado por un profesional. :/ En resumen, no era tan fácil como pensaba eso de hacer zapatos soñados: en aquel momento, en la ciudad de México no había mucho material disponible para diseñadores novatos, o estaba disponible en cantidades enormes a fin de surtir a grandes productores. El proyecto de hacer zapatos quedó relegado y fue sustituido por el de hacer joyería de moda.

 Sin embargo, ocurrió algo interesante: bajó notablemente mi interés por comprar calzado. Al elevarse mi nivel de adquisición conceptual acerca de la construcción del zapato como objeto, bajó notablemente la necesidad de comprarlos compulsivamente. Y claro, mi nivel de apreciación se elevó: desde entonces, me he vuelto todavía más latosa al momento de elegir calzado. :)

A propósito: recuerdo la angustia que me provocó aquel capítulo de Señorita Cometa, en el que ella ve unas preciosas botas en un aparador, y después de mucho esfuerzo logra comprarlas. Pero al salir de la tienda con ellas puestas, cae un aguacero y la suela de las botas se deshace, como si fueran de papel.

Un día, tal vez uno de los días más importantes de mi vida, se rompió una de las tiras de mis sandalias de pata de gallo de Camper, y me encontré chancleando por la colonia Narvarte, del auto a la casa particular de un curador de arte importantísimo. Entendí mejor que nunca lo que debía haber sentido la señorita Cometa, con sus botas de cartón bajo la lluvia.

UPDATE: no se pierdan el placer de ver el documental acerca de Manolo Blahnik THE BOY WHO MADE SHOES FOR LIZARDS, en Netflix. Una delicia.

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